He tardado 25 años en comprenderlo, pero una vez desperté ya no hubo vuelta atrás. Ahora puedo decir que sí, que tengo fe, que creo, y nunca antes me había sentido así. No es que sea una persona con creencias muy claras, definidas, que puedan caber en una ideología concreta, entre unos parámetros prescritos que me definan como tal.
Soy persona con mente abierta, tratando de perderme para encontrarme en mis ideologías, en mis propias cavilaciones, nutriéndome del saber de los demás, de los que estuvieron mucho antes que yo, que nosotros y nosotras, que dieron un paso para decir lo que creían y sentían.
Y entre tanto pensar y creer por fin he encontrado un templo al cuál acudir, al que refugiarme, al que cuidar, pregar y hacer ofrendas, un templo para mí tan válido como fugaz, tan fuerte como efímero, tan complejo como simple. Te estoy hablando de MI CUERPO.

Mi cuerpo, el que me acompaña en este camino, el único bien que realmente poseo y ¿quién sabe hasta cuándo?. Dos ojos que ven, dos orejas que oyen, una nariz que inhala lo necesario y exhala lo inútil para mí, una boca que nutre, dos manos que agarran y acarician, unas piernas que me llevan, una piel que siente y se eriza, un cuerpo que vibra… sí, tengo la suerte de poseer todos estos tesoros, aunque no sé si todos ellos van a durarme a lo largo de mi existencia o si mi condición física va a cambiar teniéndome que adaptar a una nueva circunstancia, a un nuevo cuerpo.
He estado muchos años castigándole por no ser cómo yo quería, mirándolo con ojos tristes y siendo injusta con él, pensando que cambiarlo sería una buena opción para mejorar mi bienestar, porqué no entraba en los parámetros estéticos que yo entendía como buenos, como ciertos y correctos. Unas piernas quizás demasiado anchas para el gusto socialmente aceptado, un pecho muy pequeño para nutrir y verse estético, una nariz muy sobresaliente… ¿Pero qué son estos pensamientos sino interpretaciones erróneas creadas por unas ideas impuestas?
Y de pronto sucedió el cambió. Dejé de percibirme como un error, como algo a mejorar, como eso a cambiar por pura estética. Quizás fue tras recibir una agresión y notar un dolor de espalda increíble que me impedía hacer mi vida de forma segura y habitual, así desperté y me di cuenta que yo no estaba aquí para ser bella y entrar en los parámetros estéticos sociales, sino que estaba aquí para ser yo, y sólo podía serlo a través de mi cuerpo, porque sin él no existo como tal, y si no existo como tal ya no hay oportunidad que valga.

Y así mi visión del cuerpo cambió. Decidí cuidarlo, mimarlo, trabajarlo y consecuentemente, mejorarlo. Pero no es una mejora estética, sino una mejora física, un sentirme más fuerte, más elástica, más flexible, moldeable, más enérgica… en definitiva, ¡más viva!
Y en estas hoy… cuidándome y regalándome al culto al cuerpo, con acciones diarias que me hagan sentir mejor en esta piel que hoy habito, que me permitan sentirme serena, fuerte y sobretodo CAPAZ, y así me sea más fácil creer en mí, en mis capacidades, en mis opciones, habilidades y poder enfocarme en este presente de forma cómoda y tranquila, teniendo fe.

Y por si te preguntas cómo lo cultivo hay muchas respuestas y no la mía será la correcta ni la que se adapte a ti. En el yoga he encontrado un forma de habitarme que me encanta y me enseña a diario; en la meditación, la manera de centrar mi mente y mi cuerpo en el ahora; a través del deporte, el sentir que mi cuerpo es fuerte y capaz; con la alimentación vegetariana he conseguido sentirme más ligera y nutrida de energía; con la aromaterapia conectar los sentidos; en el descanso me recargo de vitalidad; y con los cuidados diarios sentirme limpia y poblada de bienestar…
En definitiva, brindo y celebro mi templo, festejo y homenajeo mi cuerpo, alabo y elogio mis posibilidades, y por fin… ME QUIERO!
¿Y tú, cuándo vas a empezarte a querer?
Con amor,
feliz, pero feliz de verdad, martes.
Judit.
Deja un comentario