Yoga,
sí yoga.
Practica yoga,
haz yoga,
sé yoga,
vive en yoga.
Pero, ¿por qué yoga?

Pues verás, hoy vengo a contarte mi experiencia con esta práctica y porqué la he escogido y me he quedado, en cierta forma en ella. Si te digo la verdad el yoga apareció en mi vida de una forma esporádica, sin que yo lo esperara o lo tuviera presente, como tantas otras cosas en este camino, fue una casualidad (o no, ¿quién sabe?).
Mi abuela iba a clases de yoga y hablaba maravillas de esta práctica. Decía que le había enseñado a sentarse, a andar y hasta a algo tan básico y que creemos que hacemos bien, a respirar. Supongo que cuando decía esto en algún momento lo integré, aunque no fue ese el motivo que me llevó a mis primeras clases. Creo recordar que mi madre también practicó algún tiempo y que también le gustaba.
Pero fue la danza el primer motivo que me llevó a una clase. Tenía una profesora de contemporáneo que nos decía que el mejor complemento para una bailarina era hacer clases de yoga, que con su práctica ganaríamos control de nuestro cuerpo, conoceríamos nuestro centro energético y aprenderíamos a bailar respirando. La escuché y junto una amiga nos apuntamos a clases en un centro de pilates y yoga. Digamos que mi primer contacto fue puramente físico, buscaba conocer mejor mi cuerpo, entrar en relación con él y, no os engañaré, también quería alcanzar posturas que me parecían absolutamente bellas.

Llegó mi mudanza, de la ciudad al pueblo, y tras un año de práctica de yoga, la abandoné, pero no sólo al yoga, también la danza cayó en el olvido debido a unos horarios que me impedían encontrar clases cerca de donde vivía y empecé a echar de menos moverme, cuidar mi cuerpo y mimarme.
Pero la bendita casualidad me hizo explicar un día en el trabajo mi añoranza a estas disciplinas, en especial a la danza, y les conté que estaba buscando algún centro dónde practicar yoga, ya que veía que bailar con esos horarios en esa ciudad era imposible. En ese momento, uno de mis compañeros de trabajo me hizo saber que era el dueño de un centro de yoga en la ciudad y me invitó a probar, convirtiéndose en uno de mis maestros y enseñándome que el yoga es más que el asana.
En ese centro empecé a practicar de verdad, y digo de verdad porque mi práctica dejó de ser sólo física, trascendió el cuerpo físico para llegar al energético, al mental, emocional, espiritual . Allí entendí qué es yoga, más allá del asana, empecé a amar lo que su filosofía me transmitía, comencé a entender mi dificultad por persistir en el aquí y el ahora, y lo magnífico que era vivirlo y sentirlo en esas sesiones de hora y media. El anhelo de presente me hizo empezar a practicar más y más, y adentrarme también en la meditación. Empezaron las prácticas en casa, el buscar talleres, retiros y el pasar de ser una rutina de dos veces por semana a una diaria.
También comencé a vislumbrar la violencia con la que durante mucho tiempo me había tratado (y aún ahora sigo haciéndolo, no os voy a engañar) y a integrar que la base de mi práctica, como de mi propia vida, debía ser la no violencia (ahimsa), y quizás eso fue lo que más me enganchó. Entender que la no violencia va más allá del yo (como absolutamente todo en esta vida) y que engloba la totalidad de la vida, traduciéndolo al respeto y compromiso con los demás, pero no sólo con las personas también con cualquier forma de vida y hasta lo inanimado, es decir, englobando también mi compromiso con la naturaleza.

Y estas son algunas de las cosas que estoy aprendiendo, de entre muchas otras. Me he dado cuenta que mi práctica diaria me hace de espejo a una realidad cambiante, a mi relación con la vida. En ella aparecen aspectos de mí misma que conocía o desconocía como la pereza, el orgullo, el enfado, el miedo, la seguridad, la confianza, la autoestima, etc. Cuando estoy en la esterilla soy yo sin filtro, y a menudo me dejo entrever aspectos de mí misma que en mi día a día procuro no ver y hacerme la ciega, dándome oportunidad al autoconocimiento y al trabajo de crecimiento personal. Sí, sé que quizás te sonará raro o por el contrario muy común pero así es mi experiencia.
El yoga me trascendió y me enganchó, y tuvo un efecto en mí arrollador, con un antes y un después que hoy me lleva a escribir esto.
Pero lo más maravilloso de todo es darme cuenta que todo esto no me lo ha entregado esta práctica, sino que residía en mí, simplemente esta práctica me ha ayudado a destaparlo, a conocerlo, a ponerme en marcha y ha activado aspectos para mí importantes e imprescindibles para seguir creciendo, aceptando, cuidando, perdonando y soltando. Es decir, con ella he recuperado parte de mi poder personal y eso es maravilloso.

Es por todo esto que no creo que ahora sólo me sea suficiente con practicar unos asanas en la esterilla, eso sólo es una parte mínima de lo que es el yoga. Yo me invito a trascender esa parte, aunque teniéndola muy presente y entendiéndola como el camino, para empezar a hacer yoga con mis acciones, mis actitudes y mi posición en el mundo; quiero seguir practicando, leyendo, conociendo y dejándome guiar para poder ser yoga, vivir en yoga porque creo firmemente que es la mejor manera de hacerlo.
Así que, con este pequeño escrito sincero y de eterno agradecimiento doy inicio a una nueva parte de este blog en la que quiero compartir mi vivencia y acercarte a estas experiencias que para mí han sido tan significantes. Siento la necesidad de compartir, de poner palabras a esto y creo que no puede haber mejor rincón que aquí, por si quieres acompañarme en este viaje.
Pero como me dijo un día un buen maestro…
el mundo está cargado de dogmas y fanatismos, así que te invito a que NO TE CREAS NADA DE LO QUE TE DIRÉ. VIVE, SIENTE Y EXPERIMENTA.
Gracias por leerme,
Namaste.
Judit.
Deja un comentario