Hoy es el último viernes del mes, lo que significa que toca continuar con el nuevo apartado del blog, las crónicas de una feminista, dónde relato qué me ha llevado a ser y a definirme como feminista, las situaciones que me han hecho entender que la igualdad entre hombres y mujeres, por ahora, no es más que una ilusión y que nos queda mucho camino por recorrer.
Sé que una crónica sigue el orden temporal de los acontecimientos pero he decidido que no va a ser así, ya que las situaciones que viví en cada etapa de mi vida se podrían parecer o tener un devenir semejante. Cómo no me gustaría parecer repetitiva o aburrir he decidido mezclar las vivencias, las edades y momentos para viajar de un momento a otro con sus peculiaridades concretas.
Por otro lado, quiero aclarar que todo lo que vais a encontrar en este apartado es real, lo ha vivido alguna mujer en su propia piel y es espantoso que así sea. Quizás yo le pondré palabras a las historias de otras, quizás serán experiencias mías, al final eso es lo de menos. Lo que sí importa es que a día de hoy siguen sucediendo barbaridades así y necesitamos ser conscientes de que son abusos y agresiones que sufrimos como sociedad.
Dicho esto… ¡vamos al relato de hoy!

CRÓNICA DE UNA FEMINISTA – La noche no es nuestra
Debía rondar los dieciocho o diecinueve años, unas ganas de vivir y conocer increíbles, un sentirme (por fin) grande y capaz de hacer lo que quisiera, tenía la sensación de que poseía mi propia vida y era su dueña y su gran directora. Y lo celebraba. Sí, salía a bailar para festejar estas ganas de estar, de ser, de sentir y de compartir.
Íbamos casi cada fin de semana a cenar en algún lugar dónde nos gastábamos parte de nuestros pequeños sueldos. Allí compartíamos las últimas aventuras, los sueños y nuestros amores y desamores, porque el amor no dejaba de ser algo fugaz pero extremadamente vivo e intenso… demasiadas películas Disney, quizá.
Y no acababa allí el reparto de historias, las continuábamos en cualquier bar dónde de fondo se pudiera oír algún bajo rítmico que nos empezara a familiarizar con lo que vendría. Y, sobretodo, en el que hubiera mucho ambiente, el ir y venir de personas, caras conocidas, sonrisas amigas y otras que no lo eran tanto. Alguna cerveza, días de “sólo agua que mañana trabajo”, varios cubatas que al día siguiente eran cierto arrepentimiento para nuestras vacías carteras y cigarros tomando al aire.
Y, finalmente, terminar en cualquier pista de baile dónde poder movernos “libres”, sin ataduras aparentes pero con cierta vergüenza. Sí, vergüenza porque aún importaba bailar bien por si te miraban, no moverte demasiado ni demasiado poco por lo que dirían, disculparte por no ir a ligar sino a bailar…
Llegaba la pausa, ese momento en que necesitabas tomar aire, dejar los bailes para charlar, para descansar y estar más tranquila, huir un poco de la multitud y tener espacio para respirar.
Así fue, como esa noche decidimos salir a fuera, a tomar el aire durante un rato. Nos sentamos en unas escaleras que quedaban justo al lado de la discoteca en la que bailábamos, y mi amiga se encendió un cigarro aprovechando la ocasión. Entre humo fuimos dando rienda suelta a las palabras y perdimos el mundo de vista. Nos reíamos, comentábamos la jugada y dejamos de ver lo que sucedía a nuestro alrededor.
No sé qué fue lo que me indicó que algo estaba pasando, supongo que el hecho que un grupo de chicos y chicas que se encontraban delante de nosotras nos miraran sin parar y se les escapara la risa. Recuerdo que le dije a mi amiga que debíamos ser muy divertidas porque causábamos risa a la gente al mirarnos, pero no, no era eso, para nada.
Tenía calor así que levanté los brazos para hacerme una cola y al girar mi cabeza para recogerme bien el pelo me encontré con que al lado de mi cara había un pene. Sí, lo has leído bien… un pene, un falo, un glande, un órgano sexual masculino. Evidentemente, pertenecía a un hombre que lo sujetaba y lo estaba acercando a mi mejilla, como si de un juego se tratara en el cuál yo, mujer, fuera el juguete, y él, hombre, el jugador. Sé que buscaba alguna reacción mía, pero aún hoy no entiendo que pretendía sino sólo mostrar su poder.
Al ver la situación me enfadé. Pero sobretodo me indigné. Me indigné al ver a tantos cómplices del agresor, sí porque esto también es una agresión. Al darme cuenta que esa situación degenerante que buscaba causar gracia a base de humillar a mi persona poniendo en cuestión mi dignidad con un acto de poder masculino, entré en cólera y reaccioné… pero no justamente bien. Me enfadé al entender que realmente había generado gracia a los que nos miraban, que nadie había dicho nada pero todos los que lo habían visto habían decidido o reír o no actuar.
Me levanté, le grité al hombre y le dí un empujón. Digo hombre y no chico porque debía doblarme la edad, rondar los 40 años. Él se enfadó, creyendo que tenía derecho a hacerlo, y me preguntó que “qué coño hacía” a lo que le respondí que esa pregunta me tocaba hacerla a mí, que de qué iba poniéndome su pene en la cara, con qué derecho y autorización lo hacía y que quién se había creído que era.
La situación se me fue de las manos y empecé a gritarle y a chillarle. La gente de mi alrededor no hizo nada, absolutamente nada, menos mi amiga que hasta ese momento no había entendido lo que estaba sucediendo ya que ella no lo vio. Fue la única que se unió a mi defensa, se sumó a los gritos hasta que el hombre nos empujó.
Ante tal situación salieron los responsables de seguridad de la discoteca y preguntaron qué sucedía. Traté de contarles lo que había acontecido pero resulta que decidieron creer a un hombre de 40 años, por su edad y su masculinidad, que a dos chicas de 18, por su edad y su feminidad. Nos echaron del lugar, nos invitaron a alejarnos y nos dijeron que no la liáramos, como si nosotras fuéramos las culpables, y mi enfado se multiplicó a niveles estratosféricos.
Así que tras esta vivencia sólo me queda por decir una cosa, antes de que saquéis vuestras propias conclusiones:
SER CÓMPLICE TE HACE CULPABLE,
Y RECUERDA QUE EL SILENCIO ES COMPLICIDAD.
Judit.
PD: Puedes leer otros artículos dónde te hablo del feminismo como en: yo, feminista; vivir en femenino; la primera crónica feminista o en sororidad, bendita palabra. ¡Gracias por llegar hasta aquí!
PD2: Si te apetece compartir conmigo tu historia no dudes en hacerlo, y si te gustaría que la pudiera incluir aquí, en las crónicas de una feminista, para poder visibilizar situaciones de agresión o machismo sólo tienes que decírmelo.
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