No sé a vosotr@s pero a mí la vida, a momentos, se me presenta tan estimulante, tan llena de percepciones e impulsos externos que me cuesta canalizar todo lo que recibo, poner orden a tantos estímulos y encontrarme en paz y serena.
Es curioso porque ahora que me siento un poco a la deriva percibo que todo ésto ha aumentado en exceso. Quizás por no tener una rutina fija de obligaciones, por encontrarme en una situación de búsqueda y estar más atenta a lo que sucede a mi alrededor… No sé, pero tengo abierto un canal hacia el mundo que me desborda un poco y me hace sentir, a ratos, perdida.
Pero no os engañaré, a su vez, es un conducto estimulante y atractivo, que me grita a ser vivido, a no dejarlo de ver cuando lleguen las obligaciones, a no hacerme la ciega ante tanta realidad construida en ficción. Aprendo que el desbordarme no deja de ser una sensación más, otro aprendizaje que aún tengo pendiente, que espera a ser vivido.

Pero cuando los pensamientos fluyen a una velocidad demasiado alta para ser percibidos con claridad, cuando mi cabeza es como un huracán que no frena y la calma no encuentra lugar, es el momento de alejarme y parar.
Y sin pensarlo, sin quererlo ni apenas planearlo, acostumbra a pasar que mis pasos me llevan a envolverme de lo más sagrado, puro y grande que tengo cerca. Busco calma a través del cansancio, del pisar tierra firme, de rodearme de colores verdes o marrones y cielos azules o grises. Sin darme cuenta en momentos en los que no fluyo me encuentro con la necesidad de escapar de los impulsos externos, buscar la paz en mi zona de retiro… en plena naturaleza, y sobretodo, cerca de las montañas.
¿Qué tendrán las montañas que para mí son terapia?

Recorrer sus caminos a ninguna parte, perderme entre árboles centenarios, sentir la energía y la pureza, dejar envolverme por el ruido de algún animal que habita la zona, reconocer plantas, encontrar tesoros… y de pronto PARAR. Darme cuenta que mi cabeza está presente, tras muchos pasos en cavilaciones internas, discusiones personales y quejas a mi ser, llega un momento que sintonizo con el lugar y encuentro esa calma, esa paz que me faltaba.
Quizás para algunas personas esto sea una tontería, algo sin importancia, pero para mí es como una terapia. Sé que no funcionamos del mismo modo, pero también sé que somos muchas las personas que no dejamos descansar nuestra mente. Al ser una de ellas, darme un respiro mental para mí es muy importante, porqué sin quererlo estoy todo el día girando y dando tumbos en mis pensamientos, como si fuera toda una galaxia a descubrir.

Retirarme a la montaña, aunque sea para dar un simple paseo, es como un deleito de placer, un espacio de seguridad, un lugar de origen al que volver. Es casa, hogar y seguridad; pausa y rincón de espera; cura, terapia y conexión. Es VIDA.
Y vida es lo que andamos buscando mientras planeamos qué será de nosotros mañana, cómo solucionaremos nuestros problemas, cómo gestionaremos los miedos. Vida es lo que pasa entre preguntas, entre pensamientos, quejas e inacción. Vida es todo lo que nos rodea, sin excepción, porque hasta la muerte es vida.
Así que en estos días tumultuosos me regalo vivir. Si queréis encontrarme, buscadme en las montañas.
¡Feliz, pero feliz de verdad, martes!
Judit.
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