A veces aparece la tristeza, llega para invadirme, desbordarme y colarse en todo mi ser.
Una tristeza honda, profunda, dolorosa, sentida, presente.
Una tristeza que sólo me permito vivir en lo íntimo, en lo interno, en el sinfín de pensamientos que de ella surgen, pero que intento que no se escapen por los poros de mi piel, por los ojos que me delatan o por el hilo de voz que siento que se pierde.
Y cuando se posa en mí, aún no he aprendido a darme permiso para vivirla, la sostengo con el único fin de esperar que se marche, deseando que dure poco o nada, o si puede ser, menos que eso, para que no ahonde en mí y me deje de apretar los pulmones hacia dentro, que los deje de estrujar.

Y es que todo esto me pasa porque nunca me han hablado de cómo vivir en la tristeza, de cómo habitarla para dejar de evitarla, cómo permitirle ser y estar.
No me doy permiso para fallecer, para estar triste, para llorar y si me lo doy es con cierta vergüenza, con cierto reparo y con sensación de debilidad, porque me enseñaron que llorar era cosa de débiles y que la fuerza reside en el aguantar…
Y qué difícil de-construir tanto aprendizaje, tanta carga emocional, tantos años de represión de una tristeza silenciada.

Viviendo en esta hiper-felicidad impuesta donde todo lo que mostramos es lo que está bien o la queja hacia el otro, esos son los grandes pilares de este sistema de apariencias, es normal que nos cueste ubicar la tristeza. ¿Dónde la coloco? ¿Cómo la percibo? ¿Cómo la evito? ¿Cómo la muestro?
Esas son algunas de las preguntas que me surgen ante esta emoción, pero las respuestas me han ido llegando de forma natural:
- La coloco en mi cuerpo, la respiro con su patrón respiratorio, dejo que se pose en mi cuerpo físico y me siento las distintas partes a las que me afecta, dejándola ser.
- La percibo como lo que es, algo transitorio y cambiante, algo natural, vivo, transformador. Una experiencia más, una viviencia pura, un sentir, una vibración latente que no perdurará para siempre, que se transformará en otra cosa, distinta.
- No la evito, aunque tampoco no la persigo ni busco crearla. Pero tampoco intento evitarla, no tiene ningún sentido, sería vivir la vida a medias. Le dejo ser, sin miedo a sentirme así, porque es mi propia naturaleza, mi propia verdad que me permite ser así, en todas mis formas.
- Como quiera, pueda y me sienta cómoda. El otro día la mostré publicando un post en Instagram y no me sentí cómoda tras hacerlo porque las personas de mi alrededor no paraban de preguntarme si estaba mejor, como si tuviera un permiso limitado para estar triste y que el objetivo final fuera estar mejor. Y pienso fríamente y cuando alguien nos dice que está bien no le preguntamos si está peor, ni mejor, simplemente nos lo creemos y le dejamos ser, pues ¿por qué no hacemos lo mismo con la tristeza?

Sólo quiero terminar diciendo que, cómo de todo, de la tristeza se ha hecho un negocio así como de la alegría. Un negocio para negarla, para superarla, para silenciarla… Y contra ésto simplemente nos queda el ser, el dejarnos vivir nuestras emociones en su totalidad, sin miedo ni prejuicio, sin agarrarnos a estas emociones que no nos definen pero si nos forman.
No te cojas a la tristeza, pero tampoco te definas a base de alegría, eres todo lo que puedes ser y todo en ti es transitorio y cambiante, vivélo y siente estas presencias, si no lo haces te estarás perdiendo una gran parte de ti misma, y eso sería una grande perdida.
Y como siempre,
gracias por estar, es maravilloso acompañarnos en esto del crecer,
Judit.
PD 1: quizás te gustaría leer mi reflexió sobre la felicidad o el amor… a veces pongo palabras a lo que pienso y siento.
PD 2: el trabajo de las emociones y la aceptación de éstas es algo que trabajamos en los retiros de forma explícita, en talleres y de forma más sutil en mis clases de yoga. Creo en el infinito poder de la aceptación como arma para el bienestas y quiero potenciarlo y transmitirlo. Si te apetece saber dónde podemos encontrarnos mira en el apartado eventos o trabaja conmigo.
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