Hace ya un mes que me fui por otras tierras y tras haber pasado unos días en el sur de la península puedo decir que me parece muy cierta esa afirmación que dice que “todos necesitamos un poco de sur para encontrar el Norte”. Ni recuerdo de dónde sale, pero le pongo ritmo y la canto por dentro y me la afirmo de una forma intensa y real.
A finales de junio tuve la suerte de poder pasar 10 días por tierras andaluzas, disfrutando de sus aires, vientos, tierra y gastronomía, dejándome sorprender por su naturaleza salvaje, más abundante de lo que me pensaba.
Mi viaje empezó con unos días en mi propia compañía. Llegué a Málaga por la mañana y recogí un coche alquilado ya que me iba a hospedar en Tarifa y me había dado cuenta que las posibilidades de transporte quedaban muy limitadas, así que coche y yo pusimos rumbo a Tarifa, cantando, vibrando y emocionada de estar presente.

Pasé un fin de semana de conexión, relax y respeto a mí misma, que me hizo sentir muy llena y conectada, preparada para la llegada de la persona que me ha dado la vida, mi madre, con quién compartiría una semanita de viaje.
De Tarifa poco puedo decir que no se haya dicho ya o que no podáis encontrar por las redes, blogs y webs existentes. Siendo lugar de contacto entre el Mediterráneo y el Atlántico, de casi máxima cercanía a África, y de viento constante y arrollador. Des de su pequeño centro histórico pintado de blanco y con una belleza extraordinaria, sus largas playas en las que el Kite Surf es sin duda el protagonista y un verdadero espectáculo visual. La playa de Bolonia se convirtió en mi preferida, y subirme a su duna un regalo de verde para mis ojos. También pudimos recorrer la Punta Paloma y gozar de las largas zonas de arena, el mirador del estrecho nos acercó al continente vecino y a su vez desconocido que tantas ganas tengo de explorar, mama África. Y cómo sabréis los que hace tiempos que estáis por aquí, mi amor por la historia me llevó a visitar las ruinas de Baleo Claudia, un lugar precioso, bien conservado y con una exposición particular y cuidada que invita a recorrer los caminos de la memoria colectiva y recuperar un pasado que ya no está.
Con la compañía de mi madre dimos tantas vueltas como pudimos con el tiempo del que disponíamos. Cádiz me enamoró, sus calles frescas de blanco y flores, su torre Tavira que ns regaló las mejores vistas de la ciudad, la playa de la Caleta y saber que con orgullo llaman Cadizfornia a esos kilómetros y kilómetros de playa.
Seguir por Conil fue otro de los regalos que nos hicimos. Más blanco, más geranios, más sur idealizado y mítico. Además, la carretera que nos llevó hasta allí era una invitación al goce, al disfrute de las pequeñas cosas, a lo esencial e importante. En definitiva, a estar presente y almacenar los paisajes como si de tesoros de nuestra memoria se trataran.
Zahar de los Atunes, la Punta del Fangar y otros lugares nos dieron vida, comida y brillo. Estepona también fue una grata sorpresa, mi madre que afirma que se tiene que ver todo tipo de lugares quería que visitáramos Marbella, pero nos pasamos la salida así que fuimos a parar a Estepona, y qué bonito me pareció, cuidando cada detalle y qué ideal para el descanso!

Y si hubo un lugar distinto en este viaje fue RONDA, para mi una de las estrellas que vimos. Ronda, ciudad soñada, me pareció un magnífico encuentro de naturaleza y dominio arquitectónico, en el puente nuevo que cruza el Tajo, y lo deja brollar, saltar y regar la tierra, ésta fue para mí la vista más espectacular. Pero esta ciudad no termina sus belleza aquí, también la deja ver en los baños árabes, el puente viejo, el Palacio de Mondragón, su mirador o en las calles que conducen a la plaza del Socorro. En definitiva, un lugar al que volver.

Málaga fue otra historia. Una historia de amistad, de “sólo chicas”, de reír a carcajadas y hasta que duela la barriga. De recuperar el tiempo perdido, las historias calladas y las ganas de vernos. Málaga fue un regalo que nos permitimos junto a 11 amigas que me hizo cargar la energía para esta nueva etapa que empecé al llegar. Gracias.

En definitiva, el sur, con su riqueza, sus paisajes, sus gentes y con la compañía que escogí para vivirlo fue un auténtico regalo para seguir andando con más y más ímpetu, con la energía que un nuevo empleo me pedía y con la ilusión de seguir creciendo en compañía de mis mayores amistades, de mi familia y conmigo misma.
Y tras este viaje me atrevo a decir, que suerte la mía.
Gracias por leerme, pero sobretodo por estar,
Judit.
Deja un comentario