
Me levanto sin sentirme bien, hoy no es mi día, me digo sólo al salir de la cama, menudo mal juicio. El desayuno no mejora la situación, derramo el café encima de la mesa, me quemo la punta de los dedos y de mi boca salen sin parar un conjunto de palabras sucias, feas, sin filtro, acusando de nuevo al día, MALDITOS LUNES!
Salgo al paseo habitual, el despertar de todas las mañanas, el ritmo pausado para empezar a mover los músculos. Pero parece que mi compañero tiene más prisa que yo y se ha propuesto arrancarme el brazo con sus estiradas mientras lo paseo. ¿Quieres parar? Ven al lado, al LADO, al LADO! Y no, hoy no hay manera. Así que a la que puedo lo dejo, “anda va corre” y yo que no consigo atraparlo. Vuelta a casa, seguro que va mejor porque ya se habrá desahogado… pero no, qué ilusiones más irreales te haces reina!

Pero ahora me toca el regalo: la clase de yoga de los lunes, el equilibrio antes de la tormenta, de la ingravidez de la semana, del sinfín de quehaceres que no se atrapan. Pero llego tarde porque me he encontrado un camión-tortuga que me impedía el paso, y porque siempre voy apurando al máximo, a quién quiero engañar, ¿es que no lo veo que ésto no puede ser?, me merezco ir en calma, sin prisa, que parece que lo haga queriendo esto de salir siempre tan tarde… vamos que soy un desastre. Y así empieza la primera autobronca del día.
Consigo conectar con la clase. Y olvido el mal humor, hasta que me doy cuenta que no hay forma de encontrar el equilibrio con éste asana… yo que me pensaba que iba mejorando en lo de conectar en el aquí y el ahora, estoy en el allí y el después. Pero por suerte hago un click mental, freno y vuelvo a reconectar, hasta en la relajación parece que estoy a un paso de quedarme dormida… ¿Te imaginas? ¿Qué vergüenza, no?
Mi mañana sigue a un ritmo lento con el sueño acumulado de un fin de semana intenso, de no parar, de no querer parar, de no querer parar contigo, con vosotras, con ellos… Y es el día de limpiar, de poner orden de dejarlo todo en su lugar, si es que algo tiene nunca un verdadero lugar. Y entre el polvo levantado al pasar el trapo empieza el espectáculo de la alergia: ataque de tos, picor de ojos y garganta y un sinfín de estornudos que se convierten en la banda sonora de las horas de sol. Paro, he terminado mi tarea y toca ducha de agua caliente, que me queme la piel cómo a mí me gusta!
Hora de comer, y ya son las 2, sólo me queda media hora y toca ir al trabajo. Y no podré hacer tooooodas las mil y una cosas que me había propuesto terminar hoy. Es que no me organizo bien, ya se ve, o puede que tenga demasiadas cosas, que sueñe un poco cuando organizo la semana… en fin, come rápido que tienes que irte (segunda autobronca del día).
Y al trabajo, y su locura. Y sus abrazos, y sus insultos, y las broncas, y las risas, y las prisas, y la pereza, y el “llegamos tarde”, y “nos vemos después”, y “va a la ducha”, y “un poco tienes que comer”, y “¿que no has hecho los deberes? esto no son horas de acordarse!”, y “buenas noches”, y ¿me acompañas a la cama?”, y mucha ternura, y amor, y enfados, y cansancio, y lunes… todo muy lunes.

De vuelta a casa, son las 22:30, estoy agotada, pero llego y me recibe moviendo la cola, sonriendo a su manera. Y a ti te encuentro en el sofá y me preguntas por mi día, y veo tus platos sin limpiar y frunzo el ceño pensando que no te cuesta nada ponerlos en el lavaplatos, y me miras, sabes que estoy pensado, te ríes, me enfado, y me llamas amor.
Y me llamas AMOR, sí AMOR, nuestro AMOR.
Y de pronto, curas tanta locura.
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