Nos imponemos un ritmo desenfrenado, unas expectativas inalcanzables, queremos vivir a toda costa, sin dejarnos nada por el camino, sin perdernos ni una emoción. Deseamos estar en todos los cuentos, reconocer cualquier historia, pasear entre aventuras y que nuestros ojos contemplen todos los paisajes habidos y por haber.

Y entre tanto querer, programar, hacer, vivir, ir y venir, de golpe sucede la vida y necesitas una pausa para colocar la amargura y la dulzura que te regala a su vez.
Por si no está claro, de perder y ganar va ésto, de tener y anhelar, de soñar y cumplir, de atreverse y rajarse, de insistir y desistir, de hacer y esperar, de mover y permanecer, de vivir y morir.

Pero sobretodo de ir lento, o un poco más lento siquiera. Y así puede que entre suspiro y suspiro; entre el inhalar y el exhalar, o entre los pasos pausados la perspectiva cambie y seamos capaces de anticiparnos a lo que está por venir, a lo que es evidente, a lo que se encuentra ante nosotros pero que somos incapaces de ver. Porque las prisas ciegan, y el movimiento acelerado no es más que un atasco eterno en el que estamos acostumbrados a vivir.
Así que hoy me paro, respiro, siento, fluyo, me permito caer, llorar, padecer, sentir dolor, miedo, saberme débil y fuerte, me permito ser imperfecta y acepto lo que viene y lo que está por venir. Y en ésta pausa observo a mi alrededor, pero sobretodo me observo y me doy el regalo de escucharme, de intentar entenderme y de cuidarme; y me obsequio con un tú vives, tú puedes, tú eres quien quieras ser.
Ya ves, aquí estoy desnudándome despacio en éstas palabras porque tengo prisa para ser quién soy.
Judit.
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