Gracias a un Dakota Box hemos podido disfrutar de un fin de semana de desconexión y tranquilidad, después de unos meses de ausencia, cambios y de no poder hacer nada esta ha sido la oportunidad perfecta para descansar y recargar las pilas.
Empecemos entonces por el principio…
PRIMER DÍA:
Tras cuatro horas de carretera llegamos a HUESCA, una ciudad pequeñita pero encantadora. Llena de calles con edificios bajos que invitan a ser paseadas, flores por todos los lugares que tientan a la mirada, suelos de piedra que te trasportan a otros tiempos y ni rastro de coches que da una tranquilidad y una paz increíble.
Nos perdimos entre sus calles pasando por la catedral, entrando en la Iglesia de San Pedro El Viejo, viendo la fachada del Teatro Olimpia, el Ayuntamiento, el Parque Miguel Servet, dónde me enamoré de la casita de Blanca Nieves, etc. Y nos paramos a comer en un restaurante de tapas que un amigo nos recomendó, el Tatau Bistro, si pasáis por allí no os lo podéis perder está todo de muerte!
Nos fuimos temprano a la Casa Rural, Casa Felisa, situada en Santa Eulalia de Gállego, porque teníamos un masaje reservado… y qué placer y descanso dejarse tocar y manejar y que te vayan descontracturando poco a poco! Después del masaje, cena y a dormir!
SEGUNDO DÍA:
Fue un día de no parar. Nos levantamos bien temprano y empezamos la ruta.
- Los mallos de Agüero
- Los mallos de Riglos
- El Castillo de Loarre
- La Colegiata de Bolea
- El embalse de la Sotonera y la Alberca de Alboré
- El río Gállego y la bajada de navatas
Cada uno de los lugares que visitamos tenía un encanto especial y te dejaba con alguna sensación en el cuerpo, como valor, de imaginación, de soñar despierto, de estar en un cuento, o de retroceder a otras épocas por arte de magia. Realmente son unos paisajes muy diferentes a los que estoy acostumbrada, planos, más secos, con viña y me encantaron!
TERCER DÍA:
Llegó el último día y sólo teníamos hasta las 7 de la tarde para estar por allí porque me tocaba ir a trabajar… Así que decidimos hacer tranquilamente ya que el día anterior había dado para mucho.
Cogimos la carretera en dirección a casa y nos desviamos para ir a Alquezar. Para empezar la carreterita que nos llevó hasta allí ya era todo un paisaje lleno de vida y precioso, pero no nos imaginábamos que nos íbamos a encontrar al llegar.
Un pueblo encima de una montaña que se funde con la piedra que lo aguanta. Una colegiata en lo más alto que se alza segura y preciosa y con un interior cuidado y que te lleva al pasado. Unas calles que suben y bajan entre piedras y donde el más mínimo detalle está cuidado. Una verdadera gloria para aquellos a los que nos gusta imaginar otros tiempos.
Tras esta visita nos tocó volver, pero claro está que hubiéramos alargado días y días entre tanta belleza natural y tantas construcciones impresionantes y bonitas.
Y es que… tan cerca tenemos lugares maravillosos y parece que siempre vamos lejos a buscarlos. Debemos aprender a ver con ojos llenos de sorpresa lo que tenemos aquí para valorar nuestra tierra y enriquecer nuestro patrimonio cultural, y disfrutar más de la diferencia que aquí mismo se encuentra!
Feliz, pero feliz de verdad, martes 🙂
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