Por suerte, no soy sólo lo que ves.
Por suerte no soy sólo lo que muestro.
Por suerte no siempre soy.
Y es que mi vida no cabe en el espacio limitante de las imágenes, en el material condicionado de un vídeo, en el trazado de las palabras. Yo soy en todo ese foco que no se ve en la captura, soy todas esas sensaciones que no se perciben en el vídeo, todos esos silencios que no caben en las palabras.
Y es que me siento afortunada de ser en mi intimidad, en mi condición de ser individual, de ser único y de decidir no compartirme en todas mis formas. Yo decido qué muestro y qué no, y esa es la realidad: que no hay más verdad que la que mostramos, pero que no es la verdad, para nada, absoluta.
Amo la intimidad del ser en privado, del permitirme fluir en mí, de mi mar de pensamientos íntimos que nunca jamás van a salir de esta, mía, cabeza. Amo dejar intuir lo que siento pero que el sentir sólo pueda pertenecerme a mí, intransferible, intocable, intangible y tan vivaz a su vez. Amo que esta vida sea una sospecha, una suposición, una conjetura pero que que nadie más que yo pueda afirmarla. Amo la ingravidez de este salto al vacío que es ser yo, que es ser tú, que es ser cualquiera de nosotras.
Amo, amar.

Y amo a su vez la torpeza de la que cree saber, de esa yo que se lanza al juicio por lo que afirma como cierto que no es más que esta realidad partida y limitada que esconde tanta verdad que aplasta.
Así que ante el juicio, que existe y es presente, callo, respiro y vuelvo a mí.
En definitiva, soy todo un mundo más allá del evidente. Soy ideas, soy formas, soy pensamientos y soy, sin serlo.
Y lo mejor y más sorprendente es que, al final,…
yo soy tú,
y tú eres yo.
Con y sin fin.
Judit. (o quizás tú).

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